Los antibióticos son rápidos y altamente efectivos, siempre que se prescriban los adecuados para cada caso clínico. Este factor, que supone una ventaja para los pacientes de todo el mundo, se traduce en un problema económico para las empresas farmacéuticas que los desarrollan. Cada vez les interesa menos producir un medicamento que los afectados solo tienen que consumir durante unos pocos días. No les sale rentable.

Investigación de nuevos antibióticos

“Descubrir y llegar a fabricar un fármaco de cualquier tipo requiere una inversión enorme”, asegura Francesc Rabanal, investigador de la Universidad de Barcelona (UB) y extrabajador de la empresa farmacéutica Zeneca, actual AstraZeneca. “Hay que tener en cuenta no solo el coste de los diferentes ensayos que se exigen, sino también el de los intentos fallidos”.

Además, está el factor tiempo. Obtener el producto puede alargarse más de 12 años, durante los que la compañía no consigue ningún ingreso que compense los ingentes gastos iniciales. “Por eso invierten más en otros medicamentos para enfermedades crónicas, como el cáncer, la diabetes o la hipertensión”, afirma Rabanal.

La situación ha llevado al sector a abandonar casi por completo la búsqueda de nuevas moléculas. Aunque la postura ya sea preocupante de por sí, hay otra variable en la ecuación que agrava las circunstancias: las bacterias superresistentes. Hace años que los expertos alertan de que un uso inadecuado de los antibióticos provoca la inmunización de muchas familias de estos microorganismos que atacan a los humanos.

Afortunadamente, la reacción no es generalizada. “Las bacterias resistentes normalmente se concentran en zonas muy susceptibles; en hospitales, donde los pacientes están inmunodeprimidos y especialmente en las zonas de vigilancia intensiva de enfermos”, explica Rabanal. Pero, como bien dice el experto en bioquímica, “todos pasamos por los centros alguna vez”.

quirofanoFUENTE: Army Medicine en Flickr

“Imagina que tienes que operarte de apendicitis”, comienza el investigador. Por muchas medidas higiénicas y sanitarias que tome el personal, siempre existe el riesgo de que se infecte una herida. “Si es con una bacteria resistente lo vas a pasar mal”, concluye.

Michael Kinch, director del Centro de Innovación en Investigación Empresarial de la Universidad de Washington en San Luis (EE.UU.), tuvo que enfrentarse precisamente al cuadro que describe el investigador de la UB. Su hijo necesitaba una operación de urgencia para extirparle la parte dañada de su intestino. Después de la intervención, los médicos llegaron a utilizar hasta seis antibióticos para combatir la infección, pero solo dos de ellos resultaron efectivos. A causa de la traumática experiencia, el estadounidense decidió investigar la situación.

Los hallazgos de Kinch, publicados recientemente en la revista Drug Discovery Today, revelan que el número de antibióticos disponibles en el mercado para su uso clínico ha descendido de 96 a 113 desde el año 2000. El experto afirma además que la cantidad de medicamentos retirados por su efecto nulo supera ya al de nuevas introducciones.

El caso de EE.UU. no dista mucho del español porque la mayoría de los químicos utilizados en nuestro país vienen de fuera y, más concretamente, del otro lado del charco. “En España las empresas farmacéuticas son pequeñas y pocas pueden realizar este tipo de desarrollos por sí solas”, indica Rabanal. Algunas, como Almirall, recurren a consorcios con otras firmas europeas o estadounidenses para lograr comercializar las moléculas.

pastillasFUENTE: Erich Ferdinand en Flickr

En la actualidad, está claro que el sector privado no puede asumir los gastos. Pero, ¿qué ha pasado en todos estos años? ¿Es que antes la producción resultaba más barata?

“Hace más de 40 años, cuando el campo era nuevo, casi cualquier hallazgo funcionaba”, explica el investigador de la UB. Como en los tiempos del descubrimiento de la penicilina. Las personas y sus bacterias aún no estaban acostumbradas a los nuevos químicos, por lo que todavía resultaban muy efectivos.

Por aquel entonces, la normativa aplicada a la producción de medicamentos era prácticamente inexistente. “Desde hace un par de décadas las autoridades regulatorias, tanto las europeas como las estadounidenses, exigen un nivel de seguridad altísimo”, añade. Son necesarias dos fases de ensayos con voluntarios, seguidas de otras en varios hospitales de todo el mundo. Ahora, “asegurarse de que el fármaco es efectivo y seguro tiene un coste enorme”.

Las patentes tampoco ayudan. “Solo protegen la inversión durante un periodo de tiempo”, asegura el científico español. “Pueden pasar quince años hasta que el fármaco llega al mercado y, si la patente dura veinte, solo quedan cinco para explotarla”. Cuando el medicamento se utiliza de forma esporádica, ese tiempo resulta aún más escaso.

Después de que caduque el documento, aparecen los genéricos, que reducen el precio hasta el 80% o el 90%. “La ventaja de las empresas que los producen es que no tienen que hacer ninguna inversión inicial, solo tienen que fabricarlo”.

tubosFUENTE: Jean-Etienne Minh-Duy Poirrier en Flickr

La única solución pasa por incentivar la búsqueda de nuevas moléculas antes de que el sector privado abandone definitivamente la labor. “Hay toda una serie de medidas que se están proponiendo, desde la extensión de las patentes a la reducción del coste de las fases clínicas”, explica Rabanal.

Otra apuesta es la financiación de proyectos que unan las fuerzas de los sectores público y privado. Uno de ellos es ENABLE, englobado en el programa ‘New Drugs for Bad Bugs’ de la Iniciativa de Medicamentos Innovadores (IMI), una asociación entre la Unión Europea y las principales empresas farmacéuticas.

ENABLE, que arrancó en febrero, cuenta con un presupuesto de más de 100 millones de euros durante seis años. Está dedicado a la búsqueda de antibióticos para combatir las bacterias de la clase gram negativa e involucra a más de 30 empresas, centros de investigación y universidades europeas, entre las que se encuentran la UB, el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, la Universidad de Granada y las fundaciones para la investigación biomédica de los hospitales madrileños La Paz y Ramón y Cajal.

Aún es pronto para conocer los resultados de las medidas que acaban de ponerse en marcha. Puede que las farmacéuticas no apuesten por el desarrollo de nuevas moléculas en ausencia de incentivos y alianzas, pero el mero hecho de facilitar ambas condiciones ya es un paso adelante en la búsqueda de una solución al problema. Las compañías pierden dinero, pero los ciudadanos son los verdaderos damnificados por una crisis que afecta a su salud.

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